“La enfermedad se produce por un conflicto entre el alma y la personalidad”, nos dice el Dr. Bach, creador de la terapia a través de esencias florales. Pero, ¿a qué se refiere esa personalidad? Puede ser que en esta afirmación, la palabra personalidad parezca referirse a un aspecto negativo, pero no lo es. Lo “no deseado” (no lo llamemos “negativo”) es el propio conflicto, el desacuerdo entre los designios de nuestras almas y aquellos deseos y necesidades que creemos son vitales, de acuerdo con nuestra personalidad.
Gran parte de esta personalidad tiene que ver con el Ego. Según la psicología, el Ego es la instancia psíquica a través de la cual la persona se reconoce como “yo” y es consciente de su propia “identidad”, es decir, aquello que nos hace ver como entes individuales e independientes del entorno. Sin embargo, a la luz del conocimiento más profundo del ser humano que nos dan las filosofías antiguas y en las que se basan muchas de las terapias alternativas, el Ego puede ser interpretado de otra manera.
Se dice que cuando el ser humano desarrolló su conciencia, lo que lo separaría del resto de animales y seres sintientes, la parte correspondiente a los instintos de supervivencia también sufrió una conversión. Vemos que en los animales es el instinto el que impera, en dependencia de su grado de desarrollo mental. Es este instinto el que les permite reconocer el peligro, reaccionar ante él, y buscar la satisfacción de sus necesidades fisiológicas, de seguridad, de reproducción, etc. Los seres humanos, si bien mantenemos instintos de supervivencia como una parte de nuestros cuerpos biológicos (que son netamente animales), no tenemos tanta conexión con ellos como nuestros compañeros del reino animal, y es justamente por el desarrollo de nuestra inteligencia. A la vez que la conciencia tomó formó, una parte de ella nos permitió individualizarnos, lo que vendría a ser el Ego, pero también se encargó de dar una forma medianamente racional al antiguo instinto de supervivencia. Así, a través del Ego reconocemos también los peligros que amenazan nuestra supervivencia, la manera como reaccionaremos ante estos, y nuestros comportamientos para satisfacer las necesidades básicas y complejas.
Sin embargo, esto puede salirse de control. Por naturaleza, el Ego tiende a darnos una visión de que estamos separados del resto, la noción de YO y el OTRO, de NOSOTROS y ELLOS, hasta tal punto que puede conducirnos a buscar la exclusión y el conflicto, creyendo que esa es la manera en que mantendremos la individualidad. Esto lleva a ver peligros donde no los hay, y a reaccionar ante situaciones creadas por nuestra mente. Por ejemplo, mientras una presa siente ansiedad ante la presencia de un depredador, una persona pude experimentar algo similar al hablar en público, por miedo al ridículo. Mientras que el primer caso sí es un peligro para la supervivencia, el segundo no, pero para el Ego puede aparecer como lo mismo, y así nos los hace creer.
Un Ego desarmonizado nos lleva a tener un apego desmedido por las situaciones materiales y la seguridad que nos producen, nos mantiene en la ilusión del mundo material o de falsos mundos espirituales. Nos mantiene en la superficialidad, en la creencia de que lo que percibimos con los sentidos es lo único que existe. Nos crea cuentos acerca de nosotros mismos, y terminamos creyendo que son ciertos. Toma la forma de aquella voz interna que nos dice: “no puedes hacerlo, no sirves para esto”, “todo el mundo lo hace, debes hacerlo tú también”, o “tú eres mucho más que todos estos, y mereces que el mundo te admire, te tema”, etc. Y por supuesto, esta falsa imagen de la realidad produce el conflicto con lo que realmente somos, y por ende, nuestros trastornos a todo nivel.
Podemos identificar varios tipos de egos.
• El sabelotodo, el que cree que siempre tiene la razón, el que comenta incluso sobre lo que no conoce, puesto que da excesiva importancia a su propia mente, a la que idealiza y eleva por encima de la de los demás.
• El insaciable, el que quiere ser el centro de atención y recurre a cualquier medio para lograrlo, puesto que cree que su propio valor depende de la atención de los demás. Puede llamarse también ego prestigioso, que busca siempre la admiración y el aplauso externo.
• El interruptor, que siempre interrumpe al hablar o presta poca atención en lo que expresan los demás pensando en cómo va a expresarse él mismo, por falta de seguridad en sí mismo, o un exceso de seguridad.
• El envidioso, a quien le enfadan los éxitos de los demás, y busca siempre desacreditar o buscar (o inventar) un punto débil en aquellos que cree son mejores que él, puesto que ve como un peligro para su éxito al éxito de los demás.
• El jinete, quien “se monta en los demás”, el que se aprovecha de los datos o conocimientos de otros, presentándolos como propios, o como si los hubiera sabido desde siempre, por su propia inseguridad y deseo de figurar delante de los demás.
• El sordo, el que mantiene su mente cerrada y solo se escucha y se cree a si mismo, por una excesiva introspección.
• El manipulador, el que busca satisfacer sus deseos engañando y aprovechándose de otros, a través del dinero, el intelecto, el poder.
• El premental, el que tiene un discurso paralelo, critica, juzga, es hipócrita, pero generalmente no exterioriza sus verdaderos pensamientos para quedar bien con todos.
En cada persona, el Ego puede tomar alguna de estas manifestaciones y muchas más, dependiendo de la situación.
¿Cómo corregimos estos comportamientos? La clave se encuentra en identificar las trampas del Ego desarmonizado, reconocer cuando escuchamos aquellas voces engañosas que nos separan del resto, que nos ponen en conflicto, que nos hacen ver cosas que no son ciertas y opacan la voz del verdadero YO, que es el alma.
Las esencias florales nos permiten esta toma de conciencia, nos hacen ver en un espejo donde podemos reconocer nuestra propia imagen diferente de la imagen que el Ego nos puede hacer creer que somos, y en dependencia de cada situación personal, quitan de nuestros ojos los velos ilusorios para que al fin veamos la realidad.
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